La herencia árabe en América, a través de España, tuvo especial importancia en el terreno de los usos alimentarios. La cocina española del siglo XVI que llegó al Nuevo Mundo ya reunía un mosaico culinario en el que confluía cuarto vertientes históricas: la de los antiguos iberos en la caza y el asado; la romana en el pan de trigo, la vid, el olivo y el ajo; la medieval en el sabor y las especias, y finalmente aquellas provenientes de una tierra compuesta sobre un área de casi 6,500 kilómetros de largo, a través del norte de África y del Oriente Medio: la del mundo árabe. Basta recordar que en el sur de España - área habitada por los árabes desde el siglo VII - se cultivaban ya el arroz, los cítricos, cerezas, chabacanos, y melones, con las que se preparaban dulces, confites y frutas cristalizadas. Estos y muchos otros productos formaron parte de los cargamentos que los importadores de mercancías para el Nuevo Mundo adquirían, desde meses antes de embarcarlas, en ferias del interior de la Península Ibérica. Entra estos productos se encontraban verduras y legumbres de toda suerte como lechugas, coles, rábanos, perejil, nabos, zanahorias, berenjenas, habas, lentejas, cebollas, acelgas, espinacas, garbanzo, acederas, cardos, cardamomo, especia utilizada ya por los antiguos egipcios y posteriormente por los griegos y romanos.
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